martes, 11 de mayo de 2010

Madres

Hasta que llego la famosa celebración. Es una de las fechas mas enjundiosas para el comercio, solo le sobrepasada por la navidad. Todos corriendo a comprar el correspondiente regalo, el valor de éste dirá a nuestra madre qué tanto la queremos.

Así pensaba yo hasta hace año y medio. Ahora que tengo una hija, es distinto. Otra cosa es con guitarra, dirán algunos. Y es verdad. Sería redundante contar cómo es que cambió mi vida desde que nació, y aún antes que naciera. Dentro de las obviedades está el decir que me cambió completamente la visión de la vida y aumento a niveles extra large mi ya aumentada sensibilidad, sobretodo con los más desprotegidos en estos tiempos: niños y ancianos.

Aparte de lo típico, me abrió otra perspectiva de lo que es ser madre, y noté que va mucho más allá de tener hijos. Tiene que ver con la naturaleza de la mujer. En estos tiempos está claro que tener hijos es una opción y la realización de la mujer puede pasar por otras cosas y no precisamente tener hijos. Cada una decide cómo.

Siendo una opción, la naturaleza sigue haciendo su parte, y todas venimos de origen destinadas a concebir y parir. La evolución no nos ha quitado esa función. El cuerpo y la mente de la mujer están determinados a la maternidad. Aún sin tener hijos, la capacidad de amar, entregarse, entender, ponerse en el lugar de los demás, perdonar, aguantar, postergarse y sacrificarse está en todas. Quien mantiene la cohesión familiar, siempre es una mujer. Cuando una familia se debilita es porque ese rol tan fundamental desaparece. Ejemplos de ello todos tendremos al menos uno.

Vivimos la vida como madre; hermanos, sobrinos, hijos de amigas, causas de toda índole, nuestros padres, son hijos que alguna vez en la vida tenemos. Hijos del corazón.

Por eso creo que saludar solo a las que tienen hijos, es negar la naturaleza de aquellas que no los tienen; finalmente, como quiera que sea, todas somos madres.